El panóptico, la cárcel perfecta de Jeremy Bentham
Una vez me dijeron que «la cárcel es un lugar donde se hacen experimentos sociales». No todos los experimentos sociales en las cárceles son represivos (los hay integradores), pero la gran mayoría sí. ¿Por qué? Porque si una técnica de represión es aceptada bien por los reclusos y se los consigue doblegar, sin duda alguna también servirá para controlar a la gran masa de población, que es en promedio bastante más dócil y obediente que la población reclusa.
Hace ya algunas decadas que la videovigilancia se emplea en cárceles, y sólo hace unos pocos años está dando el salto al mundo civil, a las calles por las que todos nosotros paseamos. Sólo ahora que su eficacia para el control de los reclusos ya está demostrada nos las imponen en las calles. Se aplican así a las personas libres, inocentes mientras se demuestre lo contrario, técnicas de control y coacción. De este modo emplear alta tecnología (lo que en cada momento de la historia sea alta tecnología) para controlar reclusos puede parecer algo nuevo, cuando no lo es en absoluto.
Analicemos el ejemplo de la videovigilancia
En el origen de la videovigilancia moderna tenemos a Jeremy Bentham, filósofo, y el panóptico, del latín (pan-, todo; -óptico, visión), un modelo de cárcel ideado por él. Bentham es, desde mi punto de vista, el padre de la vigilancia social moderna. El panóptico de Bentham es en realidad una cárcel en la cual todo se puede vigilar desde un único punto, con la ventaja añadida de que puede hacerse sin ser visto. En una cárcel de este tipo el vigilante se sitúa en el centro del edificio y tiene acceso visual a todas las celdas, pero no puede ser visto ni oído. Las celdas están, además, separadas unas de otras. De este modo el recluso no saben en ningún momento cuándo está siendo vigilado o cuando el vigilante está en la otra parte de la plataforma vigilando a otro recluso. Podría haber varios vigilantes, podría haber sólo uno y estar durmiendo, podría no haber nadie en el puesto de vigía… el recluso no lo sabe y no tiene manera de averiguarlo.
La idea tras este diseño no es otra que la de gobernar a los reclusos con el miedo. Coetáneo de la revolución francesa, Bentham había comprendido perfectamente que las viejas formas de castigo ya no servían, y que con la nueva democracia, para evitar el crimen se perseguía no tanto castigar el delito como evitarlo; si bien la democracia pretendía evitar este crimen reinsertando al preso (esta idea persiste en la mayoría de democracias modernas y es la que hace que no haya ni pena de muerte ni cadena perpetua en el sistema penal español), y no asustándolo preventivamente como a una comadreja. Y es que en este panóptico ni siquiera hace falta que el vigilante vigile, bastaría con que los vigilados sientan que podrían ser vistos haciendo algo que no deben, bastaría la idea de mirada, aunque ésta no exista todo el tiempo, sintiéndola pesar sobre sí, para que el individuo termine por interiorizarla hasta el punto de vigilarse a sí mismo y actuar en consecuencia. La mirada, el panóptico en sí, es la idea del poder en sí mismo: poder para controlar a las personas y modificar su conducta.
Esta cárcel perfecta (reclusos que se autolimitan, reducción del número de vigilantes y por tanto de los costes de mantener la prisión) jamás llegó a construirse, a pesar de que Bentham empleó en ello una parte de su fortuna, pues para cuando estuvo ideada la corona inglesa estaba más preocupada por luchar contra Napoleón que por construir modernas prisiones. Sin embargo, desde aquel momento todas las cárceles y centros de trabajo se han construído siguiendo este modelo panóptico de vigilancia. ¿Por qué? Porque tanto en cárceles como en fábricas la idea de que «el jefe» o el «vigilante» siempre te van a ver cuando hagas algo incorrecto era útil al sistema. El miedo preventivo a que nos pillen fuera de nuestro lugar de trabajo está interioriado por todos.
Y es por eso que ahora las ciudades se convierten en panópticos, espacios de vigilancia perfecta repletos de videocámaras que nos coartan, del mismo modo que la RFID modifica nuestra conducta, y nos vigilan para devolvernos a un momento pasado de nuestra historia que no deberíamos repetir.
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